La siguiente carta es una de las charlas de la semana pasada y no queria dejar de que no la lean
Queridos todos;
El sábado me enteré por la radio, cuando aun no había terminado la fecha de la URBA, del fallecimiento de Juan Migliore (21 años, jugador de CUBA) y el frío me corrió por la espalada y las sienes. Hace apenas 40 años que juego rugby, desde que los Hermanos Maristas en la fría Mar del Plata me dieron una pelota que no era redonda
Aunque nunca seré un ex jugador, y sabiendo que es muy posible que el 2007 haya sido mi último año de jugador activo, no pude evitar pensar y sentir.
Frente a mis ojos pasaron todos los años de rugby de mi vida. Miles de partidos, cientos de batallas, poco mas de una decena de giras, muchos amigos. Pasaron lesiones leves y no tanto. Pasaron 50 puntos en la cara (en diferentes guerras), alguna operación, muchas idas a médicos especializados y a kinesiólogos. Mis manos ya no tienen la fuerza que antes debido a muchas lesiones. Mi cuello, tan noble en sus años de apogeo, me esta cobrando varias facturas a la vez. Mi hombro izquierdo me dice que ya es hora de parar la lucha.
Estuve un par de veces en situaciones similares a la que se vivió en CUBA esa tarde. Estaba sobre el verde césped cuando Diaz Bonilla (el Boa, de Newman) sufrió una espantosa fractura expuesta por pasar su pierna por arriba del ruck y Sebas Mornaghi le entró como venía sobre la pierna de adelante. El partido siguió pero ya no tenía sentido. Estuve cuando falleció un jugador de St. Albans que no recuerdo su nombre (nota de la redacción: Pato Gagey). Un aneurisma se soltó en alguna de las acciones del partido y perdió el conocimiento. Salió caminando de la cancha y nunca llegó de pie al vestuario.
Yo mismo me vi hace ya muchos años cuando debuté en Primera. La alegría, el insomnio de la noche anterior, el haber tocado el cielo con las manos. 18 años tenía cuando ocurrió aquello. Desde que comencé a jugar rugby ese fue mi sueño por años. Corría por la costa en vacaciones pensando en el día que jugara en Primera. Hacia pesas en la pretemporada imaginando tackles, algún try, algunas de las cosas que fueron ocurriendo lenta e impensadamente.
Recuerdo mi alegría, mi orgullo, mi pecho henchido y el placer post partido cuando el cuerpo herido y golpeado acariciaba las sábanas frescas que le daban paz al guerrero.
Cuando escuche la noticia de Juan Migliore no pude sino pensar en lo que el sentía unos minutos antes, de la alegría, de la pasión, del orgullo que yo mismo sintiera unos 30 años atrás de hoy. Y no pude dejar de pensar en mi propio hijo, en su deporte, en que sería de mi si le pasara algo a él. Estimo que mi vida perdería todo sentido.
No sería capaz de matarme solo para poder vivir para ayudar a alguien quien quiera que fuese, pero ya sin la pasión ni el fuego que hoy uno tiene. Y no podría escribir más. Perder un hijo debe ser simplemente el peor dolor que uno padre pudiera sufrir. El peor castigo. La muerte en vida. Y aunque los Migliore Belgrano tengan otros cinco hijos, el espacio de Juan quedará vacío en la mesa todas las noches, con el terrible dolor que eso conlleva.
La muerte de un hijo es el dolor máximo. ¿Cómo se hace para que sus hermanos sigan jugando el noble deporte? ¿Cómo se hace para volver al Club, a la cancha numero uno, sin recordar al hijo perdido y llorar sin consuelo? Poco se puede decir al respecto.
Mi madre, desde sus casi 80 años, dice que nadie se muere en la víspera. El Buen Dios sabrá por qué, nosotros no y nunca lo entenderemos. Pero les juro hoy que muchas veces me dije a mi mismo que si tenía que morir porque así Él lo dispuso, hubiera sido el mejor lugar sobre el campo de batalla del viejo fútbol de la ciudad de Rugby.
Porque el amor por el juego es tan grande que hubiese muerto feliz. Yo creo que Juan falleció en su elemento, entre sus amigos, por un accidente de la vida.
La vida es inherente a la muerte y no hay caso, no hay forma de vivir eternamente. Quedamos doloridos porque vamos a extrañar al ser querido, y no tenemos consuelo, pero estoy seguro que Juan, desde el cielo, estará jugando rugby el sábado que viene, quizá con el viejo Aitor, con Marcelo Pascual y con tantos otros grandes que se fueron antes.
Yo espero morir en una cancha de rugby. Ahora desde afuera. Y espero que sea un sábado de sol y apenas termine el partido para no molestar, allá en Burzaco. Y mis cenizas mortales, aquellas que queden de lo que ya no soy, porque yo soy mi alma y mi corazón y no mi cuerpo, quisiera que queden en el ingoal de los Japoneses, que es el ingoal en mi Club que esta mas alejado de la casa, porque ese es mi lugar en el mundo, ese es el lugar que me dejó apoyar la pelota ovalada algunas veces y marcar allí todos los tries que hice de local con la casaca Escarlata.
Para los Migliore, casi sin palabras, que sepan que Juan fue feliz y falleció accidentalmente en su ley. Obvio que ellos hubiesen esperado otra cosa, pero no son ellos, y ni siquiera el propio Juan, quienes deciden cuando. Para eso está otro.
Para los hermanos del rugby, se nos ha muerto un hijo. Nuestro respeto, nuestro cariño, porque además de un hijo era un hermano de armas.
No lloren. Juan se nos adelantó. Allá arriba, las canchas tiene un césped mejor que el de Newman y los tackles ya no duelen.
Un abrazo a todos
Marcelo Mariosa
lunes, 30 de junio de 2008
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